“Whoosh! Es una onomatopeya que describe la efímera naturaleza de la humanidad en la tierra cuando se mira a través de un radiotelescopio; y, mirando desde el otro extremo, desde una perspectiva más cercana, ilustra la carrera de Deep Purple”. Con esas palabras el histórico vocalista Ian Gillan describe el trasfondo del nuevo álbum de la banda, una placa que llega luego de un apabullante recorrido de 52 años y 21 discos de estudio editados, números impactantes que seguramente en 1968 los muchachos de Hertford ni siquiera soñaban con conseguir, mucho menos ser considerados como uno de los tres pilares fundacionales del Hard Rock/Heavy Metal.
Sin duda hay mucha historia acumulada en cada surco de este nuevo disco, pero lo mejor de todo es escuchar a Deep Purple siendo simplemente Deep Purple; sentir en la vibración de la placa la pasión, las ganas, el orgullo y la devoción que la banda le sigue imprimiendo a su música, todo magistralmente grabado y producido por el maestro Bob Ezrin (Pink Floyd, Kiss, Alice Cooper), que con 71 años sigue al pie del cañón, algo digno de admirar justo en el momento en que tristemente otro histórico productor ha partido teniendo la misma edad: el grandioso Martin Birch. Esa fragilidad de la vida en el actual contexto mundial, hace que la música sea un refugio espiritual indispensable para quienes aman este arte, partiendo por los propios Purple que han encontrado una tercera juventud en la gran amistad y estabilidad de esta alineación de Ian Gillan, Ian Paice, Don Airey, Roger Glover y Steve Morse que viene trabajando junta desde 2002 sin cambios y agregando ahora por tercer disco consecutivo a Ezrin en la producción que ya es como el sexto miembro de la banda y que a la luz de los inspirados resultados, les firmo ahora que este no será el último disco de estudio del Púrpura Profundo.
Compuesto y grabado en Nashville, la tierra de la música country en EE.UU; el histórico sonido orgánico y natural de la banda comienza a fluir de inmediato a través de ‘Throw My Bones’, canción adelantada como single y que de seguro será un número puesto en los próximos shows en vivo post pandemia. En su conjunto, el grupo suena grandioso, enormemente clásico e inspirado, con cada músico aportando sus fortalezas desde su parcela individual, sobre todo Ian Gillan que ha encontrado un rango vocal donde se siente cómodo y logra dotar a las canciones de un toque de elegancia muy digno para un vocalista de 74 años. Steve Morse como siempre virtuoso pero sin dejar de lado la melodía en sus solos, la base rítmica única con Ian Paice en la batería y Roger Glover en bajo y ese groove estratosférico que crean, siendo todo rubricado por los teclados y el órgano Hammond B3 de Don Airey, un músico estelar que suena magnífico durante todo el disco. ‘We’re All The Same In The Dark’ tiene precisamente ese gancho púrpura contagioso liderada de gran forma por el beat de la batería del extraordinario Paice, en otra canción que de seguro también será presentada en vivo. El inconfundible Hammond B3 introduce la notable ‘No Need To Shout’, tema más muscular y duro pero no exento de magia y elegancia, en este caso liderado por un bajo sensacional de Glover y con un gran solo de guitarra y teclado. Hablando de teclados, el histórico y legendario Don Airey sigue creando melodías inmortales como las que acompañan la tremenda ‘Step By Step’ dejando muy en claro que este es el mejor y más completo álbum de los tres grabados junto a Ezrin, donde se percibe en cada surco que la banda quiere y va por más.
Más adelante en el disco nos encontramos con otros cortes tremendamente disfrutables como la acelerada y zigzagueante ‘The Long Way Round’; la oscura, pesada y sensacional ‘The Power Of The Moon’ con un Airey nuevamente estelar, la pequeña instrumental ‘Remission Possible’ que sirve como introducción para ‘Man Alive’ el atmosférico y experimental segundo gran single de adelanto del disco, para llegar al final con la tremendísima e histórica ‘And The Address’, tema instrumental que aparece en el primer disco de la banda “Shades Of Deep Purple” (1968), y que fue compuesta por Ritchie Blackmore y Jon Lord antes de la creación del grupo y que aquí suena en una gran versión con un sonido puesto al día. Finalmente y como casi siempre suele ocurrir, el bonus track ‘Dancing In My Sleep’ resulta tan bueno que debería estar por obligación en la edición regular del disco. En un año nefasto en todo sentido, el que una banda histórica como Deep Purple edite un disco tan disfrutable e inspirado resulta un verdadero regalo para el alma, un regocijo para el espíritu y comprobación empírica de que los grandes dinosaurios siguen gobernando la tierra prometida del rock.
Cristián Pavez