Desde su primera grabación en un estudio junto a The Yardbirds en 1964, hasta su súper vendedor “Journeyman” en 1989, no sería una exageración el decir que para la llegada de los noventas, Eric Clapton ya lo había hecho todo. Todo. Su camino como guitarrista y héroe en la historia de la música popular ya estaba hecho. ¿Cuál es entonces el mérito que un show desenchufado de 1992, tan tarde en su carrera, pueda tener en su catálogo?
No es muy difícil sopesar su “Unplugged” escuchando, por ejemplo, ‘Bad Love’, su gran éxito de 1990, que sonaba más como el tema principal de la serie “Alf” que como un tema digno de la estatura artística de Slowhand. Y así, más allá de lo que dijeran los listados y los créditos de sus discos (con uniones tan llamativas como con Phil Collins o Tina Turner), Clapton recuperó el respeto de quienes primero lo levantaron, los puristas del rock y el blues. No sólo eso; quizás más importante haya sido para su carrera, y para el cuidado de su legado, el que gracias a “Unplugged”, una nueva generación haya notado que seguía vivo, talentoso, y en muy buena forma.
Sonar desenchufado es, por muy cliché que suene, volver a las raíces. Al sonido más primitivo que uno le puede pedir a un tipo cuyo cartel dice que se trata de uno de los más notables guitarristas de todos los tiempos. Y por último, el impulso del “Unplugged” es lo que permitió a Eric Clapton reencontrarse consigo mismo, con la vibra que le inspiró en su infancia, y con la simpleza de los artistas que le inspiraron a fines de los cincuenta y principios de los sesenta.
Clapton no necesitaba que nadie lo salvara de nada, pero habemos muchos que creemos que MTV le hizo el favor más grande que alguien podía hacerle con la invitación a realizar su “Unplugged”. Por casi 20 años, desde Derek and The Dominos hacia delante, el británico estuvo buscando su papel en la escena mundial. Mutó tanto en su sonido, calidad e intenciones, que al menos hasta “Journeyman”, y salvo notables excepciones (como su homónimo de 1970, “Slowhand” en 1977), nunca pareció tener el sartén completamente por el mango.
Este registro comienza apostando a ganador. Con el mismo Eric conduciendo esa fantástica entrada que tituló ‘Signe’. Y continuándola con una versión muy rural del clásico ‘Before You Accuse Me’, algo que puede considerarse muy sorpresivo, sobre todo al recordar la versión de Bo Diddley. Un estilo en el que su elegancia británica pareciera no tener mucho lugar, pero que aquí quedó tan bien asimilado. Sin fanfarrias, sin excesos, conservando el ritmo cansino y dejando mucho polvo en el aire. Toda su vida Clapton soñó con su ser un blusero negro; este es uno de los momentos en que, al menos por un par de minutos, lo logró.
Su interpretación de ‘Hey Hey’, otro inolvidable, esta vez de Big Bill Broonzy, nuevamente lo muestra rozando la perfección a la hora interpretar pero también revivir el pasado de sus ancestros artísticos. Qué bien suena el alma blanca de Eric Clapton con una guitarra acústica. Lo “humaniza”. Qué decir de ‘Tears in Heaven’. El tema triste que se ganó la etiqueta de “clásico” con clase. Sin dar lástima, ajena a las sobredosis, de dulzura o amargura en este caso. La pena de la muerte de un hijo, auténtica, procesada y madurada, hasta convertirla en una canción reconocida en el mundo entero. Una exquisitez para los oídos, que tranquiliza el alma y aquieta el cuerpo.
La suavidad de ‘Lonely Stranger’ no agobia, todo lo contrario, sin perder de vista que dura largos cinco minutos. Y la sensacional ‘Nobody Knows You When You’re Down and Out’ da un giro de la versión más desgarrada que el mismo guitarrista hiciera con Derek and the Dominos. Esa estela optimista está presente en todo el álbum, y es algo que nadie habría sido capaz de predecir, viniendo de Clapton, claro.
Cuesta mantener viva a una canción por 20 años. De algún modo, Eric Clapton lo había logrado con ‘Layla’, su musa inspiradora por excelencia. Sin pasar por exagerado, gracias al nuevo arreglo que le hizo para “Unplugged”, le regaló otros 20. Quizás cuántos crecieron pensando que esa era la “verdadera” versión de ‘Layla’, y ni siquiera hayan gustado de la original, también de los tiempos de Derek. De la desesperación de la mujer imposible de los setenta, esta parece ser una oda a una chica juguetona, esquiva, pero que se deja querer. Dos mundos, dos interpretaciones, un solo nombre. Otra vez, fenomenal.
La preciosa ‘Running on Faith’ suena más gruesa que las que le antecedían, y eso es porque se extrae de “Journeyman”, instando al británico a recrear en cierta forma su peso. Es probablemente lo mejor de ese álbum, y acá, con esos coros tan evocadores sobre el final, sigue siendo un foco de atención.
El regreso a las inspiraciones llega con, quién más, Robert Johnson, y su ‘Walkin’ Blues’, con Clapton sin necesidad de hacerse acompañar con sus músicos. Él sólo quería decir “woke up this morning” como un viejo bluesman. Un momento de autosatisfacción bien llevado a cabo. ‘Alberta’, una que también pasó por las manos de Big Bill y de John Lee Hooker, pero todos ellos inspirados en el mítico Leadbelly, es otro placentero viaje en el tiempo, pero ahora con sonido de banda, dejando atrás el campo, y llevando la magia a la ciudad. Aquí, Eric hizo los dos caminos, primero con ‘Before You Accuse Me’, y haciendo el regreso con ‘Alberta’. En las dos expediciones nos sacudió con su categoría.
Algo de fiesta hay con ‘San Francisco Bay Blues’, como para que nadie diga que el ex Cream es aburrido. ‘Malted Milk’ repite el recurso de ‘Walkin’ Blues’, lo que le quita un poco de peso. Extraña cae también ‘Old Love’, compuesta junto a Robert Cray, y en donde sí suena por todos lados el Eric Clapton pretencioso de los ochenta. No es que suene fuera de lugar, pero contrasta demasiado con ‘Malted Milk’. Quizás en esta sucesión encontramos el único impasse del álbum, lo cual no afecta en demasía el casi perfecto resultado final.
La clausura viene con un homenaje al más grande de todos, Muddy Waters, con una casi bailable ‘Rollin’ and Tumblin’’. Extrañamente la grabación viene con un fade in, haciéndonos sentir que estamos ante un bonus track. Ante tamaña interpretación, como la hacía en Cream, claro, es como un saludo final, un agradecimiento. Tan arriba como empezó, y casi en 65 minutos, pasa el “Unplugged” de Eric Clapton.
A partir de la publicación de este registro, la carrera de Slowhand cambió para siempre. Para bien. Recuperó el gusto por la pureza y la delicadeza de su oferta. En un futuro no tan lejano, comenzaría a reflotar la obra de todos sus inspiradores, algo que ya está muy presente en este álbum. También se reencontraría con sus compañeros de aventura de su pasado más glorioso. Ninguno de estos es un hecho que podamos o queramos dejar pasar. Pero lo más significativo es que el mundo haya recuperado al Eric Clapton músico, más allá del Eric Clapton estrella. Sus dedos volverían a hacer alquimia. El gran renacimiento era un hecho.
Juan Ignacio Cornejo K.